La paradoja del conocimiento se remonta a Sócrates, quien afirmaba: “solo sé que no sé nada”. Esta frase, lejos de ser una contradicción, encierra una enseñanza fundamental: la sabiduría no consiste en acumular respuestas, sino en reconocer nuestras limitaciones y en aceptar que la realidad es más vasta de lo que jamás podremos abarcar.
Para Sócrates, admitir la propia ignorancia no era un signo de debilidad, sino la base de la verdadera sabiduría. Quien cree que ya lo sabe todo deja de aprender; en cambio, quien reconoce lo mucho que desconoce abre la puerta a la curiosidad y al crecimiento constante. Esta es la esencia de la paradoja del conocimiento: cuanto más avanzamos, más se expande el horizonte de lo que ignoramos. Porque el saber no se agota nunca, cada nueva respuesta abre decenas de nuevas preguntas.
La paradoja del conocimiento en su origen
La paradoja del conocimiento surge de la reflexión sobre la relación entre saber y desconocer. Desde sus primeros planteamientos filosóficos, se observó que el acto de aprender no siempre reduce la ignorancia; en algunos casos, incluso la revela con más claridad. En otras palabras, mientras más nos adentramos en un tema, más evidente se vuelve la inmensidad de lo que aún no comprendemos.
Esta paradoja no es simplemente una curiosidad intelectual: plantea un desafío fundamental para quien busca aprender. Reconocer que el conocimiento es limitado nos obliga a cuestionar nuestras certezas y a mantener una actitud abierta ante nuevas ideas. En sus orígenes, filósofos como Sócrates ya intuían que la verdadera sabiduría no está en acumular datos, sino en ser consciente de lo que no sabemos y en mantener la mente activa y receptiva.
Visiones contemporáneas complementarias
Vivimos en una época en la que el acceso a la información parece ilimitado. Internet, las redes sociales y las bases de datos digitales ponen en nuestras manos una cantidad de conocimiento que antes hubiera sido inimaginable. Sin embargo, este acceso masivo refuerza aún más la paradoja del conocimiento: cuanto más leemos, más conscientes somos de lo vasto e inabarcable que es el saber humano.
¿Cuántos vídeos interesantes has guardado en tu cuenta de Instagram o TikTok que nunca has vuelto a ver, o que nunca has llegado a aplicar? Es más, probablemente ya no recuerdes el 80% de esos vídeos guardados.
El efecto Dunning-Kruger
Siglos después, la psicología cognitiva nos ofrece un complemento inesperado a la intuición socrática. El efecto Dunning-Kruger describe cómo las personas con menos conocimientos suelen sobrestimar su competencia, mientras que quienes poseen más preparación reconocen la complejidad del tema y tienden a subestimarse.
En este sentido, la paradoja del conocimiento se ve reforzada: no solo ocurre que, cuanto más aprendemos, más conscientes somos de nuestra ignorancia; también ocurre que, cuando sabemos poco, solemos creer que lo sabemos todo. La humildad intelectual, entonces, no es una elección estética, sino un resultado inevitable de la profundidad del conocimiento.
El aporte de Tali Sharot y Cass Sunstein
Otro matiz lo aporta la investigación de Tali Sharot y Cass Sunstein en “How People Decide What They Want to Know” (2017). En este trabajo, los autores exploran cómo las personas seleccionan la información que desean adquirir. Lo sorprendente es que, en muchas ocasiones, no buscamos información para ampliar realmente nuestro conocimiento, sino para reforzar nuestras creencias previas o para sentirnos más cómodos emocionalmente.
Esta idea conecta con el sesgo de confirmación: en lugar de utilizar los nuevos datos para cuestionarnos, tendemos a utilizarlos como un escudo para proteger lo que ya pensábamos. De este modo, el conocimiento deja de ser una herramienta de transformación y se convierte en una justificación, real o imaginaria, que nos permite mantenernos en una zona de seguridad.
No es lo mismo ver/leer que interiorizar
Uno de los grandes retos actuales es entender que no todo lo que llamamos “conocimiento” llega a convertirse en sabiduría o transformación personal. Acumular información no equivale a aprender, y mucho menos a integrar ese aprendizaje en nuestra vida cotidiana.
No es lo mismo leer un libro o ver un vídeo en redes sociales que interiorizar lo aprendido y confirmarlo a través de la práctica diaria. El conocimiento real no se limita a la acumulación de datos, sino que implica ponerlos en juego, aplicarlos y dejar que cambien nuestra manera de pensar y actuar.
Piénsalo un momento: ¿cuántos vídeos interesantes has guardado en tu cuenta de Instagram o TikTok que nunca has vuelto a ver, o que nunca has llegado a aplicar? Es más, probablemente ya no recuerdes el 80% de esos vídeos guardados. Este ejemplo refleja con claridad que vivimos rodeados de estímulos informativos, pero rara vez transformamos esa exposición en aprendizaje significativo. (Leer: ¿Cómo aprendemos?)
El verdadero desafío está, entonces, en pasar de la mera exposición a la información a la interiorización consciente del conocimiento. Solo cuando lo aprendido se convierte en parte de nuestra forma de vivir, de decidir y de crear, podemos hablar de un auténtico crecimiento intelectual y personal.
Hacia una paradoja del conocimiento actualizada
Al mirar la paradoja del conocimiento desde nuestro tiempo, creo que es necesario actualizarla y darle un nuevo matiz. Hoy no se trata solo de reconocer que el saber es inabarcable, como intuía Sócrates, sino de comprender cómo nos relacionamos con la información que tenemos a nuestro alcance.
Por un lado, cada nuevo aprendizaje abre más preguntas y nos muestra con claridad la inmensidad de lo que ignoramos. Pero, además, debemos aceptar que gran parte de la información que consumimos no se transforma en conocimiento real ni en autoconciencia: acumulamos datos que rara vez aplicamos y que no modifican nuestras decisiones ni nuestra manera de vivir. Finalmente, está el hecho de que no siempre buscamos lo que necesitamos aprender, sino lo que nos confirma en nuestras creencias y nos da seguridad, incluso si eso significa cerrarnos a perspectivas nuevas.
En definitiva, la paradoja del conocimiento hoy en día se expresa en una doble dimensión: por un lado, cuanto más aprendemos, más conscientes somos de todo lo que aún desconocemos; y por otro, el hecho de que la simple acumulación de información —leer artículos, consumir vídeos o almacenar datos— no se traduce en verdadero conocimiento ni en sabiduría. Solo cuando aplicamos lo aprendido en nuestra vida diaria, cuando lo cuestionamos y lo integramos en nuestra experiencia, ese caudal de información se convierte en un conocimiento real y transformador.
Y es justamente ahí donde entra en juego la creatividad: en la capacidad de conectar lo aprendido con lo vivido, de reinterpretar lo que sabemos y de abrir nuevas posibilidades que no estaban en los datos, sino en la forma en que decidimos darles sentido. (Leer: ¿Qué es la creatividad?)
Referencias
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- Efecto Dunning-Kruger: Dunning, D., & Kruger, J. (1999). Unskilled and unaware of it: How difficulties in recognizing one’s own incompetence lead to inflated self-assessments. Journal of Personality and Social Psychology, 77(6), 1121–1134. https://doi.org/10.1037/0022-3514.77.6.1121
- Investigación de Sharot & Sunstein: Sharot, T., & Sunstein, C. R. (2017). How People Decide What They Want to Know. Nature Human Behaviour, 1, 0094. https://doi.org/10.1038/s41562-017-0094
- Platón. (2000). Apología de Sócrates (Trad. C. Eggers Lan). Madrid: Gredos.
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